Es inaplazable que desde el colegio la enseñanza de la historia acompañe el proceso de memoria en el que trabaja la sociedad civil
Con sobradas razones se ha revivido el debate sobre la enseñanza de la historia en los colegios, ya que aquella fue, en cierto modo, reemplazada por la asignatura de ciencias sociales, en la que confluyen disciplinas que transitan entre la sociología, la historia misma o la educación sexual.
En este interés por la memoria, no hay que olvidar que en la reforma del currículo hubo discusiones profundas, no solo acá sino en Latinoamérica. La historia colombiana en los colegios tenía enfoque patrio, aséptico y memorista, basado en efemérides, nombres o gestas de próceres representados como impolutos, lo que por supuesto sembró úlceras gástricas a cuanto estudiante recitaba mal el natalicio del Libertador u osaba verlo como humano con vicios políticos y flatulencias.
Qué decir de la representación del proceso de Conquista (en realidad del etnocidio): tribus que el profesor hacía ver culturalmente deleznables y de paganismo justamente castigado en una concepción histórica impartida junto a muchas horas de religión. Recuerdos de niños disfrazados, unos como indígenas artificialmente afeados y otros (los de mejor talla) como conquistadores, en celebración pueril del 12 de octubre.
Estas distorsiones educativas, así como conocidas deficiencias e ideologización del profesorado, llevaron a que colegios, proyectos educativos institucionales, autoridades públicas e incluso expertos en educación se deshicieran de la asignatura de historia, como quien vende el sofá para que su pareja no le sea infiel allí.
Colombia vive un proceso impactante en búsqueda de la reconciliación tras el prolongado conflicto fratricida y en medio de una insuperada desigualdad social de causas centenarias que sitúa en la pobreza a cerca de la mitad de la población, mientras concentra en menos de un 10 por ciento de la misma los mejores indicadores del crecimiento económico. La memoria histórica cumple en los propósitos de paz unas finalidades autocríticas y de diálogo para evitar la repetición de hechos luctuosos y afianzar medios de reparación efectiva a las víctimas de la confrontación.
Es inaplazable que desde el colegio la enseñanza de la historia acompañe el proceso de memoria en el que trabajan muchas instancias públicas y la sociedad civil. Un modelo educativo sin vicios del pasado, desideologizado, capaz de contextualizar razones y alternativas frente a la violencia; generador de arraigo y solidaridad en los jóvenes, que, por inocultables razones históricas, desconfían del país que habitan. Gonzalo Castellanos V. ET
Con sobradas razones se ha revivido el debate sobre la enseñanza de la historia en los colegios, ya que aquella fue, en cierto modo, reemplazada por la asignatura de ciencias sociales, en la que confluyen disciplinas que transitan entre la sociología, la historia misma o la educación sexual.
En este interés por la memoria, no hay que olvidar que en la reforma del currículo hubo discusiones profundas, no solo acá sino en Latinoamérica. La historia colombiana en los colegios tenía enfoque patrio, aséptico y memorista, basado en efemérides, nombres o gestas de próceres representados como impolutos, lo que por supuesto sembró úlceras gástricas a cuanto estudiante recitaba mal el natalicio del Libertador u osaba verlo como humano con vicios políticos y flatulencias.
Qué decir de la representación del proceso de Conquista (en realidad del etnocidio): tribus que el profesor hacía ver culturalmente deleznables y de paganismo justamente castigado en una concepción histórica impartida junto a muchas horas de religión. Recuerdos de niños disfrazados, unos como indígenas artificialmente afeados y otros (los de mejor talla) como conquistadores, en celebración pueril del 12 de octubre.
Estas distorsiones educativas, así como conocidas deficiencias e ideologización del profesorado, llevaron a que colegios, proyectos educativos institucionales, autoridades públicas e incluso expertos en educación se deshicieran de la asignatura de historia, como quien vende el sofá para que su pareja no le sea infiel allí.
Colombia vive un proceso impactante en búsqueda de la reconciliación tras el prolongado conflicto fratricida y en medio de una insuperada desigualdad social de causas centenarias que sitúa en la pobreza a cerca de la mitad de la población, mientras concentra en menos de un 10 por ciento de la misma los mejores indicadores del crecimiento económico. La memoria histórica cumple en los propósitos de paz unas finalidades autocríticas y de diálogo para evitar la repetición de hechos luctuosos y afianzar medios de reparación efectiva a las víctimas de la confrontación.
Es inaplazable que desde el colegio la enseñanza de la historia acompañe el proceso de memoria en el que trabajan muchas instancias públicas y la sociedad civil. Un modelo educativo sin vicios del pasado, desideologizado, capaz de contextualizar razones y alternativas frente a la violencia; generador de arraigo y solidaridad en los jóvenes, que, por inocultables razones históricas, desconfían del país que habitan. Gonzalo Castellanos V. ET
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