En la actualidad se prefiere el término minusválido a otras denominaciones como deficientes, disminuidos, retrasados, incapacitados, anormales. Es mejor emplear el término genérico de minusvalía en lugar de los otros que se han venido empleando hasta no hace tanto, porque así se evitan las etiquetas segregacionistas y las connotaciones peyorativas.
En realidad, la minusvalía es la situación de desventaja que padece un individuo a consecuencia de una deficiencia o una discapacidad que lo limita y le impide el desempeño del rol que sería normal en su caso, en función de su edad, sexo y factores sociales y culturales.
Diferentes tipos
Para una mayor claridad, podemos agrupar las minusvalías en cuatro grupos, según su causa y localización.
1. Sensoriales: ciegos, sordos e hipo acústicos.
2. Del aparato psicomotor.
3. Mentales: deficiencias mentales.
4. Causadas por una enfermedad interna crónica, como tuberculosis, asma, diabetes, cardiopatías.
En cuanto al grado de intensidad, pueden ser:
1. Minusvalía ligera: permite una independencia de la ayuda exterior y un desarrollo máximo de todas sus posibilidades.
2. De gravedad media: tiene grandes posibilidades de rehabilitación y permite, mediante ayuda especializada, la integración profesional y social.
3. De gravedad importante: no permite adquirir el suficiente grado de independencia y autonomía y precisa la ayuda constante de una persona que atienda a las más elementales necesidades.
Necesidades básicas
La percepción que tiene de sí el minusválido tiende a ser diferente, ya que se percata de que los demás (que no padecen minusvalía) le ven como diferente. Esto influye, sin duda, en sus posibilidades de integración social.
Las necesidades básicas del minusválido son las mismas que las de todos los demás.
Fisiológicas: propias de la supervivencia.
De seguridad (protección, estabilidad...).
De pertenecer a un grupo y de amar y ser amado.
De autoestima y de ser valorado por otros.
De actualizarse y desarrollarse de acuerdo con las propias posibilidades.
Hay casos en que el niño minusválido tiene un desarrollo físico lento, pero las necesidades psicológicas y de integración social no participan de esa lentitud, por tanto, será un tremendo error considerarlo psicológicamente como un niño pequeño.
Sentimientos adversos
Un gran peligro en todo minusválido, si no logra llenar o compensar las necesidades básicas a que hemos aludido, está en que fácilmente puede generar sentimientos de frustración y presentar alguna de las siguientes conductas adversas.
Negación de su propia incapacidad o minusvalía.
Darse por vencido de antemano, sin luchar (resignación o abandono).
Sentirse víctima de injusticias, con reacciones de hostilidad hacia los demás y hacia sí mismo. Las consecuencias pueden ser tremendas.
Rechazar todo tipo de ayuda o pedirla de manera arrogante, agresiva.
Pensar que su minusvalía es un castigo divino para él o para su familia.
Atraer sobre sí mayores atenciones y cuidados al comportarse como un minusválido total.
Evidentemente, poco o nada se puede hacer en favor de la integración de un minusválido dominado por una o varias de las conductas reactivas adversas que acabamos de enumerar. Por tanto, lo que hay que hacer es contrarrestar en lo posible estas reacciones adversas.
Hay que empezar porque el niño minusválido conozca en la mayor profundidad posible la naturaleza y extensión de su minusvalía. No importa tanto el tipo de discapacidad y el grado de intensidad cuanto la actitud psicológica del sujeto y la auto imagen o percepción que tiene de sí mismo.
Por eso, cuando se trata de niños minusválidos que no pueden todavía conocer la naturaleza de su minusvalía, ni sus límites, son los padres y educadores quienes deben asumir con decisión y confianza la tarea de esforzarse por lograr esa mayor autonomía. La confianza y el tesón con que lo hagan se transmitirán a los niños y generarán en sus voluntades el vigor necesario para el esfuerzo y para aceptarse y superar las dificultades que puedan surgir en su futura vida de adultos.
Métodos de ocupación
Existe un trabajo fundamentalmente terapéutico con dos variantes:
La primera, conseguir con la educación física y la gimnasia el dominio del cuerpo y también de los gestos.
La segunda, el trabajo-ocupación poco sistematizado, repetitivo y de bajo nivel, sin necesidad de gran esfuerzo.
Actividad organizada para aprender a expresarse y dominar una materia.
Observación y orientación. Se propone un abanico de aprendizajes limitados y se les orienta para que elijan por sí mismos.
Trabajo esencialmente productivo en dos variantes: La preparación directa y concreta para la práctica de una profesión. Se trata de conducirle al ejercicio de una actividad normal. Trabajo protegido, cuando la capacidad de trabajo y de relaciones sociales es inferior a lo normal.
Pautas a seguir
1. Valore siempre sus capacidades y sus pequeños logros.
2. Contacto físico cariñoso pero no proteccionista. El niño percibirá su minusvalía como la perciban sus padres y los demás. Si lo desespera, él se desesperará, si le considera como sujeto valioso, así se percibirá él.
3. Enséñele a tener conciencia de sí, a sentir y a querer su cuerpo.
Anímele a conseguir toda la independencia y autonomía de que sea capaz.
4. Poco a poco entrénele para que soporte cierto grado de frustración.
5. Hágale ver que hay varios tipos de discapacidades, que él no es único y que todos tenemos más o menos limitaciones.
6. Déle ocasión de hablar de sus problemas, que diga lo que siente y no se los guarde para sí.
7. Proporciónele distintos modelos a imitar para que se identifique con el que más le guste. Si, por ejemplo, se identifica con un jugador de baloncesto, anímele a parecerse en esas otras cualidades que completan a las físicas, como pueden ser su simpatía, honestidad, camaradería, etc., o cualquier otra virtud a su alcance.
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