miércoles, 19 de octubre de 2011

El niño marginado por el grupo



por Bernabé Tierno

A un niño poco sociable, más bien tímido y que tiende al aislamiento, se le ha venido considerando casi siempre como un niño «educado, obediente y bueno».

Pero al llegar a la escuela donde necesariamente tiene que afrontar los primeros contactos sociales, adaptarse a un nuevo ambiente y a personas desconocidas, el niño «bueno» presenta reacciones de pánico y de rechazo al contacto social, a cuanto signifique dejar el refugio del hogar.

Si los padres educadores no actuamos a tiempo, con serenidad pero con firmeza, y enseñamos al pequeño las destrezas sociales necesarias, el aislamiento y la marginación inicial no tardarán tiempo en hacerse crónicos.

Evitar el aislamiento

Si a un niño se le priva de relacionarse con los demás durante los seis-siete primeros años de la vida, es la propia familia quien está propiciando de manera directa la marginación de su propio hijo por el grupo, por las siguientes razones:

1. El niño aprende las destrezas sociales en la realidad con la práctica del contacto diario con otros niños. El hogar cerrado que aísla al niño del entorno en que vive durante la infancia impide de manera directa el aprendizaje social.

2. El niño va creciendo pero teme a los demás y también a lo desconocido por su falta de experiencia y ante el temor a no caer bien, a no saber cómo comportarse ante los otros niños por desconocer sus reacciones, 0pta siempre por replegarse en sí mismo y seguir viviendo aislado y en solitario.

3. Los demás niños caen en la cuenta de que el otro compañero solitario no se acerca a ellos y lo consideran extraño y distinto. No se fían de él y le marginan, le cierran las puertas a la integración. Además lo encuentran un niño soso y asustadizo que considera que los demás niños son malos porque son activos y traviesos.

4. Como consecuencia de todo ello, ese niño retenido en casa físicamente y súper protegido, no tardará en convertir en algo crónico la inseguridad que siente ante otros niños autónomos y acostumbrados a afrontar por sí mismos ciertas dificultades, incidentes y problemas.

Consecuencias de la sobreprotección

Las experiencias vividas como persona capaz de comunicarse y de responder adecuadamente a los demás ante sus ataques son escasas o nulas en estos niños que, por una parte, desearían saber integrarse con los demás y sentirse aceptados, pero por otra temen y odian a ese grupo fuerte que no le acepta, porque él mismo es quien se margina al no haber aprendido las destrezas sociales que hacen posible la integración en el grupo.

La sobreprotección que algunos padres ejercen sobre sus hijos desde la más tierna infancia y que se manifiesta sobre todo en resolverles todo tipo de problemas y apartarlos de cualquier dificultad, unida a la permanente atención sobre ellos y a darles todos los caprichos, contribuye a hacer crónica la dependencia más absoluta del niño y a impedir el logro de la autonomía suficiente y de la seguridad en sí mismo para relacionarse con los demás e irrumpir con entidad y fuerza propia en el grupo social.

La integración social

Todo niño marginado por el grupo lo es en la medida en que no se ha llevado a cabo de manera gradual la integración social por haber quedado afectado alguno de los siguientes factores:

1. Aceptación familiar del niño tal como es, permitiendo el desarrollo de su propia individualidad.

2. Buen nivel de participación en las actividades propias de los sujetos de su misma edad, tanto en la escuela como en el barrio donde vive y juega.

3. Alto nivel de participación en actividades de ocio, diversión y tiempo libre.

4. Criterio propio, capacidad de autodeterminación y cierta autonomía personal e independencia.

Vemos pues que, para ayudar a un niño marginado, el primer paso que han de dar los padres y educadores es determinar claramente qué aspectos de la integración están fallando.

En realidad no es posible abordar la integración social del niño y adolescente como un todo. Así, por ejemplo, las exigencias de la situación escolar no son las mismas que las del medio familiar o las del grupo de amigos o las del joven que empieza en un medio laboral o universitario, y las habilidades o destrezas sociales de la relación interpersonal serán también distintas a seguir. Hay situaciones que requieren competencias específicas.

Hay sujetos (niños o adultos) que no disponen de las destrezas precisas para integrarse en determinados ambientes. Otros sujetos sólo logran una adaptación aceptable en ambientes que les proporcionan condiciones claramente facilitadoras de su realización personal, en grupos muy reducidos.

Pautas a seguir

Si analizamos los requisitos necesarios para que se dé la integración, observaremos que han de ser equivalentes al conjunto de habilidades que permitirán al niño un comportamiento acorde con la norma, con la manera de proceder de la mayoría. En consecuencia, si deseamos lograr que el niño se integre en un determinado ambiente es imprescindible:

Para prevenir:

1. Determina, describe y analiza cuáles son los comportamientos que en ese medio social, en concreto, se precisan para comportarse con normalidad.

2. De entre los comportamientos seleccionados y descritos, evalúa cuáles son los que el niño ha aprendido y utilizado y cuáles no.

3. Enséñale aquellas habilidades que aún no ha aprendido y que estimas como necesarias para que se sienta aceptado e integrado en un determinado medio social.

Para integrarlo:

1. Entrénalo para que aprenda a estar relajado y tranquilo un rato junto a niños que no le rechacen demasiado.

2. Enséñale a descubrir el punto flaco de cualquier niño y a que tu hijo reconozca y alabe públicamente alguna destreza o virtud de ese chico.

3. Que aprenda a mantener la calma y la tranquilidad ante los primeros desprecios e insultos y a permanecer junto a los demás demostrándoles que no les teme.

4. Premia y refuerza los comportamientos de acercamiento al grupo y alaba cada día la conducta de tu hijo en este sentido.

En unas cuantas semanas, con tu ayuda eficaz, la técnica adecuada y la actitud de esfuerzo, tu hijo habrá logrado integrarse en el grupo.



El niño perezoso

por Bernabé Tierno

La pereza en el niño se manifiesta por una ausencia de reacción ante los diversos estímulos y se caracteriza por la tendencia a seguir siempre la línea del mínimo esfuerzo.

Lo normal es que la pasividad sea una reacción más o menos pasajera ante determinados acontecimientos que han desbordado las posibilidades del niño al considerarse incapaz de lograr ciertos objetivos que considera muy difíciles o inalcanzables para él.

Las reacciones de pereza, pasividad y dimisión van en la misma línea que las reacciones de oposición, aunque son de signo contrario. La oposición es una conducta activa, mientras que la dimisión es pasiva.

El niño o el adolescente perezoso se muestra incapaz de reaccionar en todos los campos. Rehúsa cualquier esfuerzo físico o intelectual; a veces pierde el apetito; se hace menos comunicativo; duerme poco o mal y presenta diversos síntomas. Todos ellos con el mismo denominador común de la inseguridad. Los padres súper protectores y permisivos son los principales causantes del aprendizaje de conductas pasivas y en consecuencia de los hábitos de pereza privándoles de realizar casi todas las cosas por ellos mismos.

Origen depresivo

La depresión, en cuanto estado de ánimo que comporta esencialmente una disminución del tono psíquico y de la actividad física e intelectual, conlleva pasividad, va asociada a dificultades intelectuales y contribuye a fomentar o propiciar la pereza. Es decir, que a la pereza también se llega desde la depresión. El niño o adolescente con un temperamento deprimido tiende a presentar ciertas señales que no le impide llevar una vida dentro de la normalidad, pero que se caracteriza por un rápido desánimo y una permanente necesidad de ser alentado y estimulado. Casi siempre pasa por perezoso, pero en realidad es un niño tendente a los estados depresivos y por lo tanto debe ser tratado como tal.

Los padres y profesores observarán en estos casos un brusco descenso en el rendimiento escolar, falta de apetito, frecuentes crisis de lágrimas, rechazo de la diversión y de los juegos.

Pero debemos tener cuidado para no equivocarnos. Un estado depresivo se esconde algunas veces tras la máscara de una actividad tan desordenada y agitada como ineficaz e incomprensible. El diagnóstico y tratamiento debe correr, en todo caso, a cargo del psicólogo.

No confundir con lento

Es de capital importancia que padres y educadores profundicemos en este enunciado y comprendamos que los niños se desarrollan a distinto ritmo y con mayor o menor rapidez en las distintas esferas y niveles. Hay, por tanto, un amplio rango de diferencias enmarcadas dentro de lo normal.

Sin embargo, se dan muchos casos de niños que presentan un desarrollo lento bastante marcado, ya sea en lo físico, en lo intelectual o en lo emocional, afectivo y social. Esta lentitud puede conducir a encontrar especiales dificultades en la adaptación escolar. Las exigencias son cada vez mayores y las dificultades de los temas aumentan continuamente las presiones sobre el niño lento que, al no terminar las tareas de clase ni las pruebas de examen tan pronto como sus compañeros, se le clasifica como perezoso y en bastantes ocasiones como torpe.

El niño de desarrollo lento logra los mismos objetivos y adquiere los mismos conocimientos que un niño con nivel normal de actividad si le dejamos más tiempo para la realización de tareas y trabajos sin que por ello descienda el nivel de eficacia.

Pautas a seguir

1. Reforzar los patrones de una conducta activa. Si se desea mejorar o aumentar determinadas acciones en el niño, conviene que a una conducta deseada le siga una recompensa.

2. Infundir ánimo, confiar en él y estimularlo a superarse combinando bien las sugerencias que se le hacen. Apreciar las dificultades que entraña para un perezoso ser más activo y, al mismo tiempo, alabarlo calurosamente por cada pequeño logro, mostrando orgullo por sus nuevos éxitos.

3. La fórmula adecuada es acercarse cada día un poco más al objetivo deseado. Enseñarle a cumplir un plan previamente trazado, de fácil ejecución, pero que se ha de seguir a «rajatabla». Evitar prestar atención a las conductas perezosas, sólo a las activas y esforzadas.

4. Proporcionarle modelos activos que no se dejan vencer por la pereza, y que el niño perezoso compruebe las consecuencias negativas del comportamiento perezoso, claramente perjudiciales para él, y las ventajas de que goza el sujeto activo, dinámico y muy esforzado.

5. Enseñarle habilidades de conductas más diligentes y activas. Hacer demostraciones de cómo se ha de iniciar de inmediato la acción y cómo programarse para aumentar la rapidez y, sobre todo, la efectividad.

6. Siempre ha de resultarle provechoso el comportarse de manera más solícita, activa, diligente y participativa, y hay que procurar que no saque ningún beneficio de la conducta pasiva y perezosa.

Retrato robot

Apatía y desinterés emocional generalizado. El niño se muestra indiferente a todo. La risa y el llanto casi brillan por su ausencia.

No sabe describir qué es lo que le pasa ni a qué atribuir el estado de ansiedad que le aqueja con relativa frecuencia.

Permanece indiferente tanto a los premios como a los castigos y se siente incapaz de realizar el menor esfuerzo físico, y sobre todo, intelectual. La pereza escolar siempre está presente.

Se muestra inhibido. El desarrollo mental parece como si se paralizara y la maduración afectiva queda bloqueada. Evidentemente, a este estado de cosas siempre van ligados los trastornos de la memoria, de la atención y también de la concentración.

Aparecen los miedos y temores paralizantes.

Miedo a fracasar no sólo por la propia historia llena de fracasos y que se alimenta en el bajo concepto de sí y en el sentimiento de la propia incompetencia, sino miedo a seguir en este callejón sin salida porque no encuentra la manera de obtener ni tan siquiera unos pequeños éxitos que alivien su ansiedad y permitan reavivar la confianza en su propia capacidad.

En los niños más sensibles y sometidos a la autoridad la reacción es la timidez. En el polo opuesto se encuentran los violentos y reaccionarios que no soportan su incompetencia y se vuelven coléricos y desafiantes, tercos y en algunas ocasiones hasta celosos.

No hay comentarios: