miércoles, 19 de octubre de 2011

Las primeras salidas por la noche


¿Tiene usted un adolescente en casa que empieza a salir por la noche?, ¿le resulta difícil controlar las salidas de su hijo/a?, ¿suele llegar a conflictos con su hijo/a para acordar la hora de vuelta a casa después de una salida nocturna?, ¿le preocupan las amistades con las que su hijo/a frecuenta la noche? Son interrogantes que en el seno de muchas familias suceden a diario y a lo largo de la historia. Este artículo pretende reflexionar sobre este tema que puede ser más o menos escabroso dependiendo (como en otros tantos temas) de la actitud de mayor o menor comprensión de los padres ante la situación y del entendimiento que exista entre las partes implicadas.

También nos planteamos en este artículo las situaciones en las que los hijos piden dormir por primera vez fuera de casa, con su mejor amigo, con un primo... Los padres deben saber estar a la altura de las circunstancias, saber reaccionar y comprender que es un buen momento para otorgar ciertas responsabilidades a los hijos y fomentar su autonomía social. A continuación se plantean algunas pistas muy enriquecedoras.

Los jóvenes albergan la ilusión de que la noche es suya, de que en el mundo nocturno sólo están ellos sin el control de los adultos. Cuando es niño, es obligado “irse pronto a la cama”, en consecuencia un rito de “paso” a la adolescencia significa conquistar el derecho a dominar la hora de recogerse por la noche. Y por último, la posesión total de ese atributo adolescente: pasar la noche fuera de casa; este es el privilegio máximo de los jóvenes.

En las edades más tempranas de la adolescencia de los hijos, es decir, la preadolescencia, los padres deben reconocer el atractivo que tiene dormir en casa de un amigo. Se sienten tan amigos que no les basta pasar el día juntos. Es muy gratificante contarse experiencias y dormirse con estas historias y aventuras. Muchas veces los recuerdos más agradables de la infancia tienen que ver con estas vivencias. Es conveniente que los padres aprovechen educativamente esta situación cumpliendo algunos requisitos:

Conocer la familia del amigo y que el ambiente sea saludable y acorde a nuestras ideas.

Que el joven esté preparado para convivir con personas distintas de su familia.

En ocasiones los chicos se pueden mostrar obedientes y dóciles con nosotros y cuando no se sienten vigilados son muy distintos. Debemos enseñarle que no se puede comportar con la misma familiaridad que en su casa. Desde que son pequeños debemos habituarles a relacionarse con los demás, es cuando comienzan a ampliar su círculo y a darse cuenta que los demás pueden ser amigos suyos.

Puede que sean tímidos por lo que convivir con otros chicos/as de su edad fuera de casa les obligará a poner en práctica habilidades sociales, saludar, mostrarse amable, responder a las preguntas, etc. Esto es todo un entrenamiento para el futuro.

Un error de algunos padres consiste en pretender prolongar la infancia impidiendo a sus hijos asumir responsabilidades. Es una regla de oro en educación que los padres acostumbren a sus hijos a hacer por sí mismos lo que son capaces de hacer de acuerdo con su edad. Así cuando se planteen nuevas situaciones estarán preparados para hacerles frente.

Aquellas actividades que impliquen un cierto alejamiento de la “presencia y protección” de los padres son maneras adecuadas de conseguir “autonomía”.

Existen casos de padres que quieren ser tan amigos de sus hijos que no les dan la suficiente autonomía para dejar que se relacionen con sus iguales.

La amistad es hermosa pero los verdaderos amigos no deben ser los padres sino personas de su edad con sus mismos problemas, inquietudes e ilusiones.

El adolescente necesita la autoridad paterna y se puede armonizar con compartir con ellos valores propios de la amistad, confianza, generosidad, lealtad, etc.

En etapas anteriores a la adolescencia, los padres pueden sustituir de alguna manera a los amigos de los hijos y ocupar su tiempo libre. Sin embargo en la adolescencia esto resulta implanteable. Los puntos de contacto que quedan con los hijos serán afinidades, gustos o aficiones que hayamos sembrado de pequeños. Por ejemplo, acompañarles a algún partido que practica, salir juntos a andar o montar en bici, coleccionar cromos y colocarlos juntos en el álbum... Estas situaciones siempre se harán con “afecto desinteresado”; si le acompañamos al partido ha de ser para servirle de apoyo no para “proyectarnos” en sus jugadas. Compartir tiempo con los hijos no debe pretender entrar en su mundo de intereses propiamente adolescentes para llegar a su intimidad. A veces es más conveniente invitar al adolescente a nuestro mundo y conseguiremos además un cultivo inmejorable para llegar a su intimidad: en una mañana de natación bien aprovechada se puede conocer más al hijo que en un año de “compartir” casa.

A los 15 años las actividades deportivas tienen mucho interés para los chicos/as; plantear un partido de tenis puede tener gran éxito, pero después hay que mantener una periodicidad más o menos concreta para alcanzar esa costumbre.

Los hijos además de todo lo anterior, necesitan algo muy importante para alcanzar su autonomía e independencia: LA AUTORIDAD DE LOS PADRES. ¿Cómo conseguir que los hijos hagan caso a los padres?:

Con unas pocas normas muy claras.

Favoreciendo su participación a la hora de tomar decisiones.

En los últimos años la autoridad de los padres se ha debilitado, se encuentra en entredicho, pero buscar soluciones fuera de la familia no sirve de nada. Son los padres los que deben educar a los hijos. Cuando existe crisis de autoridad puede que falte alguna de estas condiciones:

Que exista consenso entre padre y madre.

Autoridad participativa llegando a acuerdos.

El fin a perseguir es la educación y autonomía de los hijos.

Coherencia con la conducta de los padres.

Que se apoye en valores y normas estables.

Que se traduzca en hechos.

Los padres que quieran aumentar o mantener su autoridad no deben discutir delante de los hijos con relación a temas que les atañen a ellos. Nunca desautorizar a la pareja.

Deben tenerse en cuenta las opiniones de los hijos y no tratar de imponer de manera despótica la opinión o punto de vista, comportándose de forma demasiado exigente mandando y obligando puesto que así conseguirán indisciplina y rebeldía. Es conveniente proponer y sugerir.

Utilizando el “no” sin complejos llegaremos a obtener el control de los hijos. Deben entender que a veces es bueno renunciar a algo. Entre mantener una actitud autoritaria o dar libertad absoluta a los adolescentes, hay un término medio. Lo realmente eficaz es actuar de manera progresiva. Dar dosis de libertad basadas en el dialogo.

Conforme se demuestre su coherencia y responsabilidad, se debe ir ampliando este margen.

En la etapa adolescente el joven debe aprender a convertirse en su propio guía. No conviene que los padres mantengan sistemas autoritarios ni tampoco excesivamente permisivos. Entonces, ¿DEBEMOS EXIGIR O NO A LOS JÓVENES? A partir de ahora depende de ellos. En la medida en que consigan autoexigirse, los padres soltarán amarras. Siguiendo a JOSÉ MARÍA LAHOZ GARCÍA en su artículo “¿Exigir a un adolescente?” podemos apuntar algunos aspectos en los que el individuo puede llegar a la autoexigencia:

Dominio de impulsos y manifestaciones agudas en su carácter.

Respeto de los derechos de los demás como límite a su propia libertad.

Subordinar el placer y la libertad a la realidad y previsión del futuro.

Liberarse de lo que impida apreciar lo que tiene realmente valor.

Comunicar los anteriores objetivos a los chicos sólo será posible si los padres son capaces de vivir la propia autoexigencia. En el momento en que no se es coherente ni hay esfuerzo por parte de los padres la autoridad ante los hijos queda anulada.

La libertad y la autonomía respecto al uso del tiempo libre, el uso del dinero, el horario de llegada o la petición de pasar la noche fuera de casa hay que otorgarla en función de la responsabilidad demostrada. Esta será la clave:

A mayor responsabilidad mayor autonomía.

Falta de responsabilidad restricción de autonomía.

En cualquier caso, los padres deben asegurarse de conocer dónde y en qué condiciones estarán los hijos. Lo pueden hacer aplicando pautas como las siguientes: hablar con los padres de los amigos, cuidar que no haya hermanos mayores con ambientes desacostumbrados para ellos y dejar claro que pasará cierto tiempo hasta que puedan volver a dormir fuera si este fuera el caso. Esto no debe convertirse nunca en una costumbre ni en un capricho.

Mª Ángeles Pérez Montero
Francisco Javier Rodríguez Laguia

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